Y llegó el día

Llegó el día en que muchos políticos y aspirantes a políticos quedarán sepultados en el merecido fracaso. Otros, en el inmerecido triunfo. Todos tenemos derecho a elegir y ser elegidos.

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Esta disposición constitucional es aprovechada por ciudadanos indeseables para probar la posibilidad de ser “autoridad” o continuar siéndolo. La prensa independiente venía dándonos una larga lista de personajes que se colaron en las últimas elecciones para sentarse en el sillón de alguna institución del Estado al solo efecto de delinquir o sostener a quienes delinquen.

El elector cometerá un grave atentado contra la patria si con su voto permite que tales personajes accedan o sigan en una función inmerecida. No es virtud de muchos políticos honrar la confianza ciudadana. Al contrario, se complacen, desafiantes, en alzarse contra la más elemental conducta ética.

En todos los tonos alzamos nuestro lamento por las desgracias que golpean a nuestro país. Pero apenas tenemos la ocasión de por lo menos suavizarlas, de nuevo olvidamos nuestra indignación votando a los mismos que martirizan a una ciudadanía indefensa.

Necesitamos cambiar la vieja práctica del clientelismo; las promesas populistas; el uso del dinero público como propiedad privada; la falta de respeto a las instituciones democráticas, en fin, un montón de cosas que nos ayuden a vivir con dignidad.

Si nuestra democracia es débil se debe a que no la cuidamos, nos desentendemos de ella en la creencia de que puede soportar las tempestades de un mal gobierno. Tenemos que ser capaces de castigar a los significativamente corruptos y a sus adeptos. El fanatismo es ciego y comete barbaridades; más aún si se mueve por dinero.

Seguramente, desde temprana hora, los corruptos de siempre y los de ahora, estarán apostados en la cercanía de los locales de votación ofreciendo dinero a los electores, a esos que de lejos se nota que son pobres, que tienen necesidades de unos pesos para comer. De estas miserias se alimentan los que dicen ser políticos con aspiraciones a algún cargo.

La Constitución nos garantiza una democracia participativa. Y aquí se encuentra uno de nuestros males: nos desentendemos de la vida nacional. Solo en vísperas o días de unas elecciones nos movilizamos pero, generalmente, movidos por una promesa de empleo, porque un político inescrupuloso nos compra la cédula de identidad; en rigor, nos compra la libertad de elegir.

Un poco más del 30% de los electores son jóvenes. Muchos de ellos votarán por primera vez. En manos de estos ciudadanos está el destino del país para los próximos cinco años. Por la prensa independiente y otros medios similares están debidamente enterados de la calidad moral de los candidatos, y de sus sostenedores, a los distintos cargos en juego. Que este conocimiento les anime a votar en favor del pueblo.

Hoy la ciudadanía elegirá a un nuevo gobierno. En democracia, los ciudadanos tenemos la obligación de apoyar a quien resultare ganador. Su destino estará ligado al país y tenemos que trabajar porque le vaya bien. Se apoya a un gobierno no solo con aplausos; también, y sobre todo, desde la crítica responsable, bien intencionada, que busca enmendar errores, enderezar comportamientos. Las hurras, generalmente interesadas, adormecen a quien las recibe, lo aíslan del pueblo, le hacen perder el sentido de la realidad.

Solo queda ya desear unos comicios limpios, sin sobresaltos, sin que intervengan la policía ni los fiscales ante hechos desagradables que empañen el ejercicio de nuestra obligación y nuestro derecho.

Que la conducta ciudadana se muestre digna del acto que nos convoca. Se trata nada menos que de decidir nuestro destino.

alcibiades@abc.com.py

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