El Pueblo, la película interminable

«Preestrenada en Buenos Aires con espectadores como Roa Bastos, vista en proyección privada en Francia por Cortázar, comparada en sus clases en universidades estadounidenses con ‘Nanook of the North’ (1922) por Jorge Prelorán… eso fue en su momento El Pueblo, la obra que un joven paraguayo de 23 años había producido en el periodo de mayor represión dictatorial», subraya la psicóloga y antropóloga María Esther Zaracho Robertti.

Dossier Carlos Saguier de El Suplemento Cultural: "El Pueblo irrumpió con una estética y un contenido distinto e incómodo" (Montaje de fotogramas de El Pueblo)
Dossier Carlos Saguier de El Suplemento Cultural: "El Pueblo irrumpió con una estética y un contenido distinto e incómodo" (Montaje de fotogramas de El Pueblo)

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En el año 2017 se publicaba el artículo «El pueblo (1969) y su crítica oficial» en estas páginas, en El Suplemento Cultural. Carlos Saguier, director de la película, lo había leído. Me invitó a tomar un café a su casa, a la que acudí acompañada de Antonio Pecci. Desde aquel encuentro, en el que me manifestó su aprecio y valoró los conceptos que había desarrollado sobre su película, se convirtió en Carlos: un consejero y amigo durante el proceso de investigación que estaba iniciando.

En aquella investigación abordé la producción audiovisual durante una década del estronismo (1968-1978), planteando la tesis de que el cine nacional no era pobre o casi inexistente, que existían piezas audiovisuales por encargo del gobierno, los «noticiosos» y otros documentales, a las que cientos de espectadores habían sido expuestos en las salas de cine de capital e interior durante más de 35 años, y que eso no era un tema menor, que valía la pena estudiarlo.

Pero también emergió un pequeño y potente corpus fílmico independiente, cuya estrella más brillante fue El pueblo (1969), la obra que irrumpió con una estética y un contenido distinto e incómodo, contrastando con aquello que se había impuesto en el imaginario como lo «nacional» y poniendo luz a nuestros tiempos, las siestas infinitas, las violencias cotidianas, los silencios.

Sobre esta película experimental con revolucionarios efectos a color, Carlos había dicho: «la gente hasta hoy no se espera este tipo de películas. Esperás el clásico documental con la voz en off, o el hombre frente a la cámara hablando. Nosotros no quisimos hacer eso. Si hoy le sacásemos los efectos, no contaríamos lo que quisimos contar y lo que en definitiva se cuenta, esa larga procesión, que comienza con unos pies caminando y termina con unos pies caminando, como vos decís en tu artículo. Son las escenas que vivimos en Paraguay, en tantos lugares y, sin embargo, sobreponiéndonos seguimos caminando».

Siguieron a aquella conversación (1) intercambios de correos y comunicaciones telefónicas; escribí ensayos, ponencias, y realicé proyecciones públicas de la película en capital e interior (2). Todavía recuerdo los rostros del público y la conmoción que aquella película generó a tantísimos años de su estreno (3).

Filmada en Paraguay, montada y editada en Argentina y Estados Unidos, preestrenada en Buenos Aires con espectadores y críticos tan ilustres como Augusto Roa Bastos, Elvio Romero y Edgar Valdés, estrenada en Asunción en el marco de un Festival de Nuevo Cine Argentino y censurada por el crítico oficial Mario Halley Mora, vista en una proyección privada por Julio Cortázar y Rubén Bareiro Saguier en Francia, admirada y aplaudida en Europa, expuesta por Jorge Prelorán en sus clases de cine etnográfico en universidades de Estados Unidos, donde decía a su público que estaba a la altura de Nanook of the North (1922), de Robert Flaherty, eso fue en su momento El pueblo, la obra que un joven paraguayo de 23 años, miembro de un colectivo de arte experimental, conjuntamente con Antonio Pecci, había producido en el periodo de mayor represión dictatorial.

Durante muchos años, por motivos del artista que intuyo, pero no termino de comprender completamente, la película estuvo a punto de caer en el olvido. Es sabido que en los años setenta y las décadas siguientes Carlos se dedicó al documental y a la publicidad.

Carlos refirió que habían hecho solo cinco copias de la película; una se la entregó a Jorge Prelorán, dos fueron a Europa, una se la dio a Rubén Bareiro para el Instituto Pompidou de París, y él se quedó con una que, con el paso de los años, quedó reducida a un montón de manchas convulsas. Ya en la década del 2000, Carlos señala que José Luis De Tone le había pedido hacer una copia de pantalla, junto con Juan Carlos Maneglia; cuestionando la calidad, aceptó a regañadientes. Años después confesó que le entró desesperación; temía que su obra se perdiera definitivamente, y empezó a rastrear las copias desperdigadas por el mundo, sin éxito.

Carlos había documentado la construcción de la represa de Itaipú en la década del setenta y a raíz de un proceso de recuperación de aquellos materiales en el año 2010 había adquirido equipos de restauración de muy avanzada tecnología. Cuando en el 2013 los cineastas organizadores del congreso Tesapé le solicitaron proyectar aquella única copia de pantalla, Carlos decide, casi como juego, utilizar sus equipos de restauración y pasar los filtros correspondientes mientras se tomaba un café, con muy pocas expectativas.

Sin embargo, la restauración no solo fue buena, sino milagrosa, según sus palabras. No estaba al cien por ciento, pero era la película. Esa fue la película que se vio en el año 2013 y en las sucesivas proyecciones hasta la actualidad.

El sol entra por mi ventana mientras revisito aquel primer artículo y las conversaciones con Carlos. Escucho la Sinfonía7 en do mayor, Op. 60, compuesta por Dmitri Shostakóvich, la música de trabajo de la película El pueblo, esa música provisoria que el director había colocado en tanto se concretaba la banda sonora definitiva compuesta por el maestro Luis Cañete.

La película seguirá esperando ese sonido a 55 años de su estreno El pueblo, una obra inacabable, la película de un artista y un arte sensible e inconforme que se resiste a la desaparición.

Estas son unas pobres palabras en torno a Carlos y su luminosa película. Ars longa, vita brevis: la vida es corta, pero el arte es inmortal.

Notas

(1) Entrevista inédita con Carlos Saguier y Antonio Pecci (Asunción, 2017).

(2) El ciclo se denominó «El cine en tiempos de Stroessner».

(3) Un resumen de esta tesis de antropología social fue publicado en dos partes en la Revista de Estudios Paraguayos, Vol. 39, Núm. 2 (2021), y Vol. 40, Núm. 2 (2022), ambas disponibles en internet.

*María Esther Zaracho Robertti es licenciada en Psicología Laboral y magíster en Antropología Social por la Universidad Católica «Nuestra Señora de la Asunción» (UCA), investigadora y escritora. Organizó los ciclos de charlas y proyecciones El cine en tiempos de Stroessner y Cineguazú en 2018. En su tesis de maestría, Imaginarios de nación en la producción audiovisual oficial e independiente de Paraguay durante la dictadura stronista (1968-1979), y en sus artículos y ensayos publicados en la Revista Estudios Paraguayos, el Suplemento Antropológico (UCA) y El Suplemento Cultural, aborda las relaciones entre el cine y la realidad sociopolítica.

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