El Pueblo: fundación de un imaginario

«Carlos Saguier no volvió a filmar otra película; se dedicó a pulir su gran obra hasta el final y supo hacer del work in progress un sello oculto que actualiza el subtexto de la historia y el lugar de su película en la Historia, en una especie de palimpsesto cinematográfico que acumula capas de tiempo y espacio. Lo recordaremos siempre con ese gesto que eleva al máximo la frase godardiana: “Uno siempre hace la misma película”», escribe el cineasta Hugo Giménez.

"El Pueblo, un aerolito que cayó del futuro" (Montaje de fotogramas de El Pueblo), Dossier Carlos Saguier - El Suplemento Cultural
"El Pueblo, un aerolito que cayó del futuro" (Montaje de fotogramas de El Pueblo), Dossier Carlos Saguier - El Suplemento Cultural

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Al retocar mis obras, es a mí mismo a quien corrijo.

W. B. Yeats

¿Y fue por este río de sueñera y de barro

que las proas vinieron a fundarme la patria?

Jorge Luis Borges, Fundación mítica de Buenos Aires.

Aerolito del futuro

A tientas, huérfanos de tradición y de referentes, muchos cineastas de mi generación iniciamos nuestro camino. Mirábamos atrás en el tiempo para encontrar algún sonido, alguna imagen que nos movilizara o nos dijera que estábamos haciendo bien o mal las cosas; pero todo era en vano. Entonces miramos y abrazamos la región o tratamos de agarrar el mundo-cinematográfico todo, con sus poéticas y estéticas que no eran del todo nuestras, construyendo una cinefilia con pilares sólidos, pero carente de cimientos. Conocíamos El Pueblo (1969), de Carlos Saguier, por algunos escritos y algunas historias. Era la película nacida de la mirada de unos jóvenes y condenada en su primera y última proyección durante la dictadura; más, nada.

Pasaron cuarenta y cuatro años de esa primera-última proyección, hasta que una noche del 2013 El Pueblo nuevamente se encontró con un público. Entonces la vi por primera vez; fue un aerolito venido del futuro que con cegador destello curó nuestras heridas pasadas y habló con autoridad diciéndonos: ya no van a estar solos.

La obra de Saguier llegó para hacernos sentir parte de una tradición –mínima, única– que con solvencia estética y narrativa cimentó de manera rotunda un imaginario propio permitiéndonos re-conectarnos con una cinematografía con olor a tierra roja. En ella y su retrato documental-experimental estaba todo. El dispositivo narrativo elegido hace de la repetición una experiencia que funciona por acumulación; su visionado no deja indiferente a nadie y no importa cuántas veces uno la vea, siempre estremece; siempre golpea con fuerza. ¿Acaso no es esa la función de una obra de arte?

Las escenas en donde todo se mueve, lejos de hacernos sentir el vertiginoso tren de «la paz y el progreso», nos anclan a una pesada inmovilidad. Los sonidos de la naturaleza y de las voces que rezan, fabulan y entonan desesperados cantos lastimeros intentan despertarnos del prolongado letargo; pero nada pueden hacer. Fusiles y lápidas se imponen en sicodélica y dantesca repetición cromática y sonora. Fondo y forma se fusionan con un contexto social que resuena hasta nuestros días. No hay mejor documento cinematográfico del limbo pasado y actual en que vivimos. De ahí la importancia de esta película, que es fundación y a la vez tenaz acto de resistencia.

El prodigio también radica en que logra fusionar de manera coherente sus partes más observacionales y urgentes con los momentos más académicos y pensados, donde los movimientos de cámara ejecutados con maestría son un deleite cinematográfico. En alguna proyección, Antonio Pecci (que fue asistente de dirección de Saguier) nos contó que la película se filmó en dos partes, luego de que llevaran a revelar los primeros rollos a la Argentina, donde un primer corte fue visto por Fernando Solanas y Roa Bastos, que también hacía carrera en la industria del cine argentino. Solanas fue quien sugirió filmar mejor algunas escenas, y Roa brindó sus opiniones sobre el relato que estaba en construcción. Con esas destacadas devoluciones de un primer visionado, ambos jóvenes volvieron a Paraguay e hicieron la tarea.

El Pueblo, dadas sus características estéticas, discursivas, y sus coordenadas temporales, está en plena sintonía con el movimiento del Nuevo Cine Latinoamericano que emerge en los años sesenta. Saguier, sin formar parte de dicha corriente, se relaciona con ella desde esta isla rodeada de tierra. Otra hubiera sido la historia si la productora Cine Arte Experimental, que creó y de la que fueron parte Pecci y Ruiz Nestosa, no hubiera sido disuelta poco después de que estrenaran la obra. Un texto publicado en uno de los voceros del estronismo, el diario Patria, en diciembre de 1969, y firmado por Mario Halley Mora –el policía de la cultura– alcanzó para acabar con el sueño, y si bien el escrito reivindica las características técnicas de El Pueblo, en el fondo se pregunta constantemente sobre uno de los clichés del régimen: el mentado progreso. El destino estaba signado; aparecer en las columnas escritas por los esbirros de Stroessner era motivo suficiente para la persecución, el apresamiento, el exilio o la desaparición. Saguier, con mejor suerte, realiza, a sugerencia de sus allegados, una huida temporal, y con la disolución del proyecto cinematográfico vuelve la calma.

Al retornar al Paraguay, a Saguier le sería encargada la filmación de la construcción de la obra magna de la dictadura: la represa de Itaipú. Todos recordamos la escena del embalse dinamitado por los aires; ya en ese tiempo El Pueblo sería solamente un ejercicio explosivo de jóvenes akãhatã. Estos eventos, lejos de ser paradójicos o contradictorios, sirven para graficar cómo era la compleja relación de la burguesía con el régimen.

Poética de las variaciones

La obra siempre excede y trasciende a sus creadores, y en esta mítica construcción de nuestra historia cinematográfica podamos decir que El Pueblo siempre volvió con forma de obsesión para su autor, porque la obra nunca estuvo terminada.

Haciendo una breve cronología, se recuperó y restauró la película en digital en el año 2001 en Argentina, a partir de una copia cero de 1969, porque los negativos originales resguardados se habían perdido con el cierre del laboratorio en New York; dicha copia es la que llegó a nosotros en el 2013. En una de las versiones aparece una placa que informa sobre la música original compuesta especialmente por el maestro Luis Cañete para la película, que nunca pudo ser grabada y utilizada en el montaje. Por algunas fuentes sabemos que al parecer hace muy poco Saguier por fin pudo grabar la música. ¿La habrá montado a una nueva versión? ¿Cuántas versiones de El Pueblo existen?

Siempre vuelvo sobre esa última pregunta, ya que la incansable labor del artista fue editar y montar nuevas versiones de su obra en el tiempo. Pude testimoniar dicha práctica al comparar versiones para diferentes proyecciones que realizamos de la película. No eran solamente las copias con y sin la parte en color. En cada nueva copia había escenas que se prologaban un poco más, otras que duraban menos o que se dinamizaban con el montaje, también alguna que otra escena que cambiaba de lugar, resignificando ciertos pasajes.

Carlos Saguier no volvió a filmar otra película después de El Pueblo; entonces, se dedicó a pulir su única gran obra, la obra-total, hasta el final. En ese sentido, estuvo emparentado con Roa Bastos en el noble oficio de la re-escritura constante y supo hacer de la técnica del work in progress un sello oculto que actualiza el subtexto de la historia y el lugar de su película en la Historia, en una especie de palimpsesto cinematográfico que acumula capas de tiempo y espacio.

Epílogo y refundación

Nos tocará volver al Pueblo una y otra vez, como se vuelve al hogar, con la esperanza de encontrar allí renovado impulso para seguir refundando nuestro imaginario. Saguier dejó la vara muy alta, pero volveremos desde donde le toque a cada uno y con lo que le toque; a pesar de que aún las metrallas y redobles sigan sonando y cayendo sobre nuestros espacios culturales cada vez más asfixiados y asfixiantes. Como en el plano final de esta gran película, caminaremos descalzos y seguros sobre las arenas del futuro. Es lo menos que podemos hacer.

Recordaremos siempre a Saguier con ese gesto que eleva al máximo la frase godardiana: Uno siempre hace la misma película.

*Hugo Giménez es cineasta y director de la productora EL ESPEJO cine. Ha cursado talleres de Dirección Cinematográfica y Documental. Fue seleccionado al 8° Talents Buenos Aires - Berlinale - BAFICI, 2013. Ha realizado, entre otras obras, el documental Fuera de campo (2014), ganador de Doctv Latinoamérica IV Edición, y el largometraje Matar a un muerto (2019). La videoinstalación Canto de Lucía Agüero, fragmento de Fuera de campo, se exhibió en el Museo Reina Sofía de Madrid (2022), el Museo Universitario de la Universidad Nacional Autónoma de México (2023) y el Centro Cultural La Moneda, Santiago de Chile (2024).

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