Adiós a Emilio Cutillo, pintor del sudor y el vértigo

Adiós a Emilio Cutillo (18 de enero de 1981 - 11 de marzo de 2024), pintor de Asunción que no quiso plegarse al circuito canónico del arte en Paraguay. Escribe Montserrat Álvarez.

Emilio Cutillo, "El Artista Marioneta" (óleo, 70 x 50)
Emilio Cutillo, "El Artista Marioneta" (óleo, 70 x 50)

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Emilio Cutillo era un pintor, decía él mismo, no un artista («ni siquiera sé –añadía– qué es el arte»), un pintor que, en sus propias palabras, pintaba y vendía cuadros para vivir, un pintor que tenía la pintura como oficio (repetía con énfasis ese término, oficio), un trabajador que se ganaba la vida con los pinceles y que podía terminar en ocasiones cuatro cuadros al día.

Un pintor que amaba su trabajo, un pintor animista, que no pintaba nunca nada inerte, un pintor de colorido bárbaro e intensidad pagana, de atmósferas palpitantes y texturas abigarradas, un pintor salvaje, todo brío y sin freno –más que pintor, máquina de pintar–, un pintor del caos y del horror vacui.

Un pintor de mercados y de plazas, no de atelier, un pintor que pintaba au plein air, conforme al decimonónico cliché del impresionista, pero más de nuestro tiempo que otros que, conservados en burbujas de formol conceptual y aislados de la vida, nada nos dicen ya. Un pintor que pintaba al aire libre pero no en medio del locus amoenus sino en medio del ruido y de la furia, un pintor de hoy, si no por la técnica, sí por la sensibilidad, porque hoy vivimos al filo de la exasperación y la desesperación, cuando no de la locura, y sin futuro, y en sus cuadros la textura es carne viva y materia a altas temperaturas.

Un pintor que podía tener roces con policías o guardias por pintar en la calle o en la vereda de un bar, lo que despertaba recelos. Un pintor que capturaba el trajín de la tarde en la terraza del Lido, el fuego de la media mañana en el tráfico de Eusebio, el tiempo inmóvil de la siesta en las calles de Barrio Obrero, la fachada absorta de una despensa antigua, el brazo preciso de un carnicero en alto, los niños sin rumbo buscando monedas, la paranoia agitando el neón cual lava hirviente en la noche, las oníricas figuras de la fauna de las plazas.

Un pintor de exteriores que entablaba su propia clara y deliberada relación de juez y parte con el espacio público, como testigo y cronista y como uno de sus habitantes, doble función de pintor y modelo –se retrata con otros personajes en sus cuadros– situado al mismo tiempo dentro y fuera de su obra.

Identificado con lo popular tanto por sus temas como por su presencia «incómoda» para guardias y propietarios en las calles, fue uno de los creadores que más contribuyeron en nuestros tiempos a liberar el arte figurativo paraguayo del estereotipado costumbrismo decorativo para incorporar elementos indigestos –de esos que, sin gran acierto, suelen etiquetarse como «crítica social»–.

Sus cuadros hablan de hechos reales, ya literalmente, como con la marcha de los estudiantes que pintó en 2016, o el incendio del Cine Victoria, que pintó en 2020, ya paródicamente, como en 1er Concurso Internacional de Pintura Mí Mismo, de 2019 («El Jurado del Premio de Pintura Mí Mismo, 1ra edición, compuesto por el artista Mí Mismo, el crítico Mí Mismo y el filántropo coleccionista Mí Mismo, otorgaron: 1er puesto: Mí Mismo; 2do puesto: Mí Mismo; 3er puesto: Mí Mismo»).

Su vena satírica podía ser oscura, casi goyesca, y quizá El Gran Fisgón y El Artista Marioneta sean sus cuadros más siniestros. Era un rebelde alegre, que no quiso plegarse al circuito canónico del arte en Paraguay. Puso sus cuadros a la venta en galerías conocidas, pero no se sometió a las sofisticadas curadorías de los críticos oficiales de nuestra «élite» cultural. Los puso a la venta sin más, como en un puesto del mercado. Ahora que ha muerto, aquellos de quienes se mofaba en sus sátiras podrán encargar a sus escribas sofisticados textos que reduzcan los cuadros de Cutillo a «enunciaciones de asimetrías» o «dispositivos para cuestionar» (u otras moralejas por el estilo), volviendo su compra signo de conciencia social a ojos de la clientela burguesa de galeristas y marchands y adecentándolo para fagocitarlo.

De modo inexplicable –dado que publican textos y curan muestras y dan charlas sobre artistas y temas artísticos profusa e incesantemente–, ninguno de esos escribas –o curadores, o críticos– se interesó por la obra de Cutillo mientras vivía, pero suponemos que ahora, ya sin posibilidad de resistencia ni réplica, desplegarán su docto arsenal retórico ante nuestros ojos. Emilio Cutillo falleció el lunes pasado. Pintó preferentemente escenarios urbanos, y ante todo de Asunción. De las viejas mesas de los copetines, del trabajo duro y el asfalto ardiente, del hondo desierto de las madrugadas, del sudor y el vértigo del Mercado 4, del violento sol del Paraguay.

*Montserrat Álvarez: escritora. Dirige El Suplemento Cultural. Estudió Filosofía en la Universidad de Zaragoza (España), la Universidad Católica (Perú) y el Instituto de Estudios Humanísticos y Filosóficos (Paraguay). Su libro más reciente es Nómade, publicado en Buenos Aires en 2023.

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