Estudiantes del siglo XXI en aulas del siglo XVIII

En una entrevista publicada en este diario, la psicóloga social y consultora Dolores Reig afirmó que “estamos en aulas del siglo XVIII, con estudiantes del siglo XXI”. Nada más cierto. Al menos en nuestras ciudades, no son pocos los estudiantes que hoy visitan diariamente las páginas de internet o frecuentan las redes sociales, a través de la computadora o del teléfono móvil. Las actuales generaciones no temen a las nuevas tecnologías de la información. Lo que resulta alarmante es que ni las escuelas ni los colegios de hoy son los lugares donde se enseña a emplearlas para adquirir conocimientos. En efecto, sus aulas están equipadas como las del siglo XVIII. Si los docentes no emplean los nuevos medios didácticos, mal podrán mostrar a los estudiantes cómo usarlos para sacar el mejor provecho de ellos. La modernización de las aulas debe ser acompañada por una sostenida capacitación de los educadores.

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En una entrevista publicada por este diario, la psicóloga social y consultora Dolores Reig afirmó que “estamos en aulas del siglo XVIII, con estudiantes del siglo XXI”. Nada más cierto. Al menos en nuestras ciudades, no son pocos los estudiantes que hoy visitan diariamente las páginas de internet o frecuentan las redes sociales, a través de la computadora o del teléfono móvil. Interactúan con otros jóvenes del país y del extranjero empleando los recursos que hoy ofrece el fascinante campo de las telecomunicaciones. Incluso hay niños que saben explorar el mundo cibernético, para asombro de los mayores. Las nuevas generaciones no temen a las nuevas tecnologías de la información y se lanzan a explotar sus posibilidades para jugar, hacer amigos y aprender. Viven en este siglo porque tienen ganas de experimentar los avances cotidianos que ocurren en la sociedad de la información global.

Por lo general, los niños y jóvenes aprenden a manejar esas modernas herramientas por cuenta propia. Si reciben alguna enseñanza, la reciben de sus amistades, antes que de sus padres y –ni qué decir– de sus maestros. Sus padres muchas veces ya han perdido el tren de los adelantos en materia informática, de modo que más bien ellos son los instruidos por sus hijos. Nada sorprendente, dado que cursaron sus estudios antes del surgimiento y desarrollo de las nuevas tecnologías de la información. Lo que sí resulta alarmante es que ni las escuelas ni los colegios de hoy son los lugares donde se enseña a emplearlas para adquirir conocimientos. En efecto, sus aulas están equipadas como las del siglo XVIII. Si los docentes no emplean los nuevos medios didácticos, mal podrán mostrar a los estudiantes cómo usarlos para sacar el mejor provecho de ellos.

Conste que no se trata solo de que las aulas carezcan del equipamiento necesario. Si ese fuera el problema, podría subsanarse mediante una buena inyección de dinero público para instalar a los centros educativos en el siglo XXI. El problema adicional es que los propios docentes no saben cómo emplear una computadora u orientarse en internet. No pueden enseñar lo que ignoran. Esa fue la causa principal, por cierto, del fracaso de la cooperación concertada por el Ministerio de Educación y Cultura (MEC) y la Comisión Nacional de Telecomunicaciones (Conatel), durante el gobierno de Nicanor Duarte Frutos, para llevar la informática a las escuelas. Es necesario que la Secretaría Nacional de Tecnologías de la Información y Comunicación (Senatics), creada el año pasado, preste hoy una particular atención al campo educativo y que realice un trabajo conjunto con el MEC, considerando las experiencias ya recogidas. Esa Secretaría podría aportar mucho para que las aulas del Paraguay estén algún día a la altura de los tiempos actuales.

La modernización de las aulas debe ser acompañada por una sostenida capacitación de los educadores. No solo deberían instruir a los estudiantes acerca del manejo instrumental de los equipos informáticos, sino también –y sobre todo– acerca de su adecuado uso. La cuestión es que aprendan a emplearlos para enriquecerse intelectualmente, para adquirir nuevas habilidades, y no solo para entretenerse o comunicarse con los demás. Desde luego, también deben seguir enseñando el correcto uso del castellano, por ejemplo. Es penoso observar en las redes sociales las graves y frecuentes faltas de ortografía de tantos jóvenes que parecen muy familiarizados con la cibernética o el teléfono móvil. Eso de escribir correctamente no lo pueden aprender por sí solos ni a través de sus amistades. Los docentes son aquí irreemplazables.

Nuestro enorme déficit educativo no solo está vinculado con las aulas anticuadas, sino también con la deficiente formación pedagógica de los maestros y profesores. El Presidente mexicano dijo que los maestros que no aprueben un examen de idoneidad serán destituidos. Es lógico que así sea, ya que cuesta imaginar cómo un ignorante puede contribuir a la formación de los estudiantes. Es de temer que si en nuestro país se tomara una medida similar, muchísimas aulas quedarían sin docentes. Pero ellos se creen irreemplazables, así que recurren periódicamente a huelgas chantajistas, con los educandos como rehenes, mermando aún más la ya de por sí reducida carga horaria. Es que las horas perdidas de clase con motivo de alguna medida de fuerza ya no se recuperan, resultando perjudicados sobre todo aquellos que asisten a instituciones públicas. En realidad, no solo tenemos aulas del siglo XVIII, sino también mentalidades propias de esa época, como las que reflejan los docentes que rechazan los exámenes de competencia o exigen la reducción del porcentaje mínimo para aprobarlos, aparte de recurrir a huelgas agresivas y dañinas.

Este diario insiste en que la pobreza no será derrotada sin un buen sistema educativo. No se trata solo de que haya mano de obra calificada, sino también de garantizar la igualdad de oportunidades. La educación es el instrumento indispensable para eliminar las desigualdades, lo cual es el camino para el progreso económico y social de la gente. Nuestros estudiantes tienen derecho a formarse en centros educativos bien equipados y a tener como docentes a personas capacitadas y responsables. Por ellos y por todo el país, hace falta que los padres se movilicen para exigir que sus hijos reciban la educación que merecen, como ya lo hicieron en la Gran Asunción a raíz de la última huelga ilegal de docentes. Un signo alentador, que las autoridades deberían tener en cuenta.

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